La belleza del lapacho
Del libro «Arboles» de Carlos J. Thays
Familia: Bignoniáceas
Nombre científico: Handroanthus heptaphyllus (ex tabebuia)
Origen: Bolivia, Paraguay, Brasil y noreste argentino.
Nombre común: Lapacho
Las distintas especies de este género, de nombre común Tabebuia, con el que se designa también en Brasil a este árbol, tienen su hábitat natural en la selva tucumán-boliviana, principalmente en el área de la nuboselva subtropical, conocida como la provincia botánica de las yungas. Esta zona montañosa es una angosta faja selvática que desde Bolivia se continúa por el noroeste de las provincias de Jujuy, Tucumán y Catamarca.
Habita también en forma dispersa en las provincias de Formosa, Chaco, Misiones y Corrientes y en su transición con el bosque chaqueño hasta los (450-900msnm) de las yungas.
La especie T. avellanedae debe su nombre al botánico Pablo Lorentz, que se lo dio en honor al doctor Nicolás Avellaneda. Es conocido vulgarmente como lapacho rosado por el color de sus flores. La especie Ipe se la conoce como lapacho negro, con sus flores de color rosado morado o moradas, y la especie Flavescens es conocida como lapacho amarillo, debido al color de sus pimpollos.
Son arboles de fuste recto y cilíndrico, de amplia copa globosoa, de follaje caduco cuando se encuentran aislados. Alcanzan una altura variable entre los veinte y veinticinco metros.
Sus hojas digitadas con cinco o siete folíolos de lamina oblonga, tienen bordes aserrados, miden hasta quince centímetros de largo por cinco de ancho, están sostenidas por un peciolo de hasta diez centímetros de lago.
Las flores son hermafroditas, dispuestas en inflorescencias terminales del colorido propio de cada una de las distintas especies. Inicia su floración en la primavera temprana, con algunas variaciones de la época y latitud en que vive.
La polinización es entomófila (por insectos) y ornitofila (por aves). La diseminación es anemocora (por el viento). Las semillas, de forma achatada de más o menos un centímetro y medio de largo por uno de ancho, tienen dos alas membranosas y traslúcidas que están contenidas en una cápsula larga y cilíndrica de color pardo verdoso, que puede llegar a ser de hasta treinta y cinco centímetros de largo por uno de ancho.
La corteza de su tronco, de color castaño oscuro con tendencia al rojizo, es agrietada en los ejemplares mas añosos, y más dura y difícil de desprender. Su madera contiene tanino, que es utilizado en las curtiembres.
El lapacho fue incorporado, igual que otras especies indígenas, en las plazas y paseo públicos de nuestra ciudad, por el naturalista Carlos Thays durante su gestión como Director de Parques y Paseos de Buenos Aires, desde 1891 hasta 1914. No fue integrado en parques de establecimientos agropecuarios por ser una planta muy susceptible a las bajas temperaturas en el inicio de su desarrollo.
En ciudades del norte de nuestro país, como Tucumán, Corriente, Chaco y otras de la región se los encuentra brindando, en la primavera, una nota de gran belleza al paisaje por el color de sus flores en plazas, parques públicos y arbolado de las calles.
En la región guaraní, al lapacho lo llaman tajy o taya l-hu. Los aborígenes mhá, radicados en Paraguay, Brasil y en nuestro país, en la provincia de Misiones, lo consideran de «alma indócil» atribuyéndole a su influencia maligna enfermedades misteriosas, que ceden únicamente a tratamiento místico que le brindan los curanderos. Cuando un rayo de tormentas deja lastimado a un Lapacho, utilizan su madera para confeccionar amuletos.
Como planta forestal, su madera es empleada en construcciones navales, carpintería, varillas para alambrados, ruedas, tornería, tallas, mas otras aplicaciones que demandan las circunstancias.
El árbol bueno
Señor, tu sabes que soy bueno, bueno
como un árbol con frutas y con flores.
Ni hay en mis frutas jugos de rencores,
ni hay en mis flores gotas de veneno.
Mi corazón es fuerte y está lleno
de hojas frescas y pájaros cantores;
no tendrá nidos, pero tiene amores;
y es como protesta sobre el cieno.
Si el sol me ha dado savia de poeta,
tuyo es, ¡Señor!, el numen que me inquieta,
tuya es, ¡Señor!, la fiebre que me abrasa.
Un árbol soy, con el alma y con sentidos;
y mis versos, apenas los ruidos
que hace el viento en las hojas cuando pasa…
José Santos Chocano
Lapacho
¿Estamos en el Paraíso?
¿Por qué hay tantas flores?
¿Por qué tan rosadas?
¿Por qué tan deslumbrantes y felices después de las tormentas?
A veces la primavera inventa figuritas
para los cuadernos de los colegiales,
adornos para los mosaicos de las cocinas,
tarjetas postales para los novios.
El lapacho nos regala felicidad
pero no todas las dichas son felices.
Inventa nostalgias intolerables.
«Dichoso el árbol que es apenas sensitivo»
dijo Darío, yo suprimiría el «apenas»
y diría «dichoso el árbol que es tan sensitivo»
aunque cambiara el metro.
¿Será la memoria
de aquel efímero paraíso lleno,
de flores
que los árboles quieren conmemorar
en cuanto una estación lo permite?
Prefiero las hojas pero,
los ojos que miran
estas rutilantes flores,
¿que prefieren?
Del libro «Árboles de Buenos Aires», de Silvina Ocampo y Aldo Sessa, se reproducen en verso.
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