Diseño

Agustina Anguita y su proyecto Astropaisajista

En algún lugar del mundo, no sabemos cuándo, despegó un cohete que llevaba un satélite, que, desde el cielo, a cientos de kilómetros de altura sacó fotos que Agustina usó para diseñar un jardín. ¡Astropaisajismo!

Agustina Anguita es, además de todo, divertida. Colegas que la conocen muy bien la describen como inteligente, trabajadora y buena onda siempre. También que vuela alto con la cabeza, pero con los pies bien en la tierra.

En la revista Jardín encontró Pampa Infinita, donde egresó como paisajista en el 2013.

Para Agustina las directoras, Martina Barzi y Jose Casares son dos seres entrañables y la escuela de diseño de jardines muy rápidamente le dio las herramientas que necesitaba para empezar a trabajar profesionalmente.

Anteriormente, durante quince años, fue creativa publicitaria, específicamente, directora de arte.

¿Cómo fue tu paso de la publicidad al paisajismo?

El test vocacional que me hice en quinto año del colegio dio: “paisajismo”. Pero yo era muy chica, por no decir muy salame, y no me veía haciendo eso. Así que me puse a estudiar publicidad que creí me iba a divertir más (de hecho, me divertí bastante, no lo voy a negar). Pero era agotador, trabajé de creativa publicitaria, más específicamente de directora de arte, durante 13 años. Me gustaba mi trabajo, pero desde el día uno lo padecí un poco. Creo que nunca fui lo suficientemente buena para ser publicista y además tenía la constante sensación de vacío. No le encontraba mucho el sentido a estar sentada infinitas horas para que alguien vendiera algo. Cada vez tenía más sentido aquella prueba vocacional que me hicieron en el ‘96.

La salida de la publicidad la planeé durante un par de años. Lo primero que hice fue avisarle a mi dupla Julián Tachella. Gracias a que él me bancó hasta el final tuve tiempo para ahorrar y, en paralelo, hacer jardines de amigos y familiares. ¡Fue una época de “Impro – paisajismo”, improvisación con el paisaje! Maté muchas plantas, asesiné a una palmera gigante a la que todavía le pido perdón. Me equivoqué mucho. Y cuando ya tenía plata como para bancarme un año sin trabajar, renuncié y empezó el vértigo.

Los dos primeros años fueron duros. Nadie me conocía, no tenía nada de experiencia. Gracias a mi marido que, además de todo, me bancó económicamente y a amigas arquitectas y decoradoras que apostaron dándome trabajo arranqué.

El “boca en boca” fue la mejor publicidad, los jardines iban creciendo, la gente empezó a llamar y así nació mi estudio de paisajismo “Gogo”, en honor a mi abuelo materno que me había contagiado su amor por las plantas.

– ¿Qué aplicas de la dirección de arte de la publicidad al paisajismo?

Prácticamente todo. El lenguaje visual es un idioma semi universal. No importa qué estés diseñando, siempre tenes en cuenta proporción, color, textura, forma, etc. El paisajismo es más difícil porque lo que diseñas cambia en el tiempo y en el espacio. Crece, cambia de color, muere, “resemilla”, invade, coloniza. Es distinto de día que de noche. No es lo mismo bajo la luz de otoño que bajo la de verano. Todo el tiempo está mutando así que además de difícil es súper emocionante.

– ¿Qué tenes en cuenta para diseñar un jardín con bebes y chicos chiquitos?

Hasta los jardines para grandes los pienso como para chicos. Me siento a pensarlos conectada con las cosas que la infancia me grabó a fuego. Tuve la fortuna de tener abuelos con quinta, así que le doy mucha importancia a los perfumes, que son los primeros en traer recuerdos. Investigo, desde hace años, la relación flora fauna, así que planto especies que estén asociadas de alguna forma con mamíferos, aves y/o insectos. Algunos adultos se resisten a los insectos, pero a los niños les encantan. También trato de que haya algo comestible, aunque sea una menta, porque eso mantiene viva la lógica de que la comida la da la naturaleza. Yo mando a mi hija a juntar mandarinas y menta para la limonada y sale corriendo con la canasta tipo Heidi.

Otra cosa que hago es tratar de que haya un espacio para fuego, hacer fogones en tu propia casa te da cierta sensación de “esta es mi pequeña república”. Te hace sentir amo y señor del espacio. Una sensación primitiva y de aventura. Otro imán de niños, y a la larga de adultos también, es esconder partes del jardín, que no se vean los límites. Al principio me cuesta que aprueben la idea; en su mayoría los clientes se concentran en que “no les saques pasto” y piden jardines perimetrales, todo contra el cerco, con tal de que no se avance sobre el “césped sagrado”, sobre la cancha de fútbol. Pero cuando se animan, el jardín en vez de achicarse se agranda, y esto sucede porque, por un lado, al desdibujarse los límites, no se sabe dónde termina y por otro lado, al tener canteros que se interponen entre la vista y el fondo del jardín, se genera una intriga que invita a un recorrido. Deja de ser una caja de zapatos.

– ¿En tus proyectos pensás más en la hoja que en la flor, puede ser?

Si y no. A nivel estético le doy más importancia a las hojas, son el elenco estable, son las que dan textura y me siento más cómoda trabajando con texturas que con los colores. A las flores las tengo en cuenta por su perfume y por el alimento que ofrecen. Cuando pienso en flores trato de que a lo largo del año siempre haya algo en flor, pero no por su belleza sino por los beneficios para la biodiversidad.

– ¿Qué disfrutas de un proyecto a gran escala y de uno chico como un patio o balcón?

De los proyectos grandes me gusta que por lo general hay presupuesto para trabajar en equipo. Trabajar con gente que está apasionada por otros temas y que se crucen y potencien lo tuyo es lo máximo. De los proyectos chicos lo que más me atrae es el desafío de convertirlos en un espacio vivible, aprovechado y que no parezca que es tan chico. ¡Me revano los sesos, me encanta!

 

– ¿Nos podés nombrar 3 especies que te resulten funcionales? y ¿en qué casos las usas?

Primero el Trixis praestans. Es un arbusto nativo, que florece a finales del invierno. Tiene perfume muy dulce que atrae sobre todo a abejas. Es de hojas grandes y glaucas. Le gusta el pleno sol y la semi sombra. Puede llegar hasta los 3 metros, pero se puede controlar con poda así que lo estoy probando en los cercos. Ojalá funcione así hay néctar disponible en invierno para los insectos.

En segundo lugar, el Tetrapanax papyrifer. Es un arbusto como de 3 metros de alto, originario de Taiwán con el que se hace el papel de arroz. Tiene unas hojas gigantes y florece en otoño. Por su perfume dulce, se llena de abejas y mariposas. Lo uso además como punto focal por su forma escultórica. Hay que tener cuidado porque se reproduce mucho y muy rápido.

Tercero, el Foeniculum vulgare. O más conocido como Hinojo. La textura de sus hojas es un fuera de foco muy amigable, las flores en verano color verde limón no generan demasiado contraste e iluminan los canteros.  Cuando se secan, las semillas son deliciosas. A medida que va creciendo se pueden ir comiendo los “bulbos”. ¡Encima de linda da alimento a insectos y a humanos!

El proyecto que llegó desde el cielo.

Cuenta Agustina que el proyecto que nos presenta es el de un jardín muy querido.

«Lo hice para mis padres en Junín de los Andes. “Las cortaderas”. Así se llama la casa. Está en una zona a la que le dicen: “Jardines del Chimehuín” por estar todas las casas mirando al Río que lleva ese nombre.

Mi papá, amante de las montañas, de la pesca, de hacer fuego y de la aventura, finalmente había logrado hacer su sueño realidad y yo pude participar de eso.

El terreno que eligieron es muy largo y desemboca en un brazo del río Chimehuín. La casa se ubicó bien cerca de río, dejando tras de sí un jardín eterno que sólo se usaba para entrar y estacionar autos, siempre estaba embarrado. Y por delante, mirando al río a través de sauces, un jardín pequeño y soleado, al que no había que hacerle prácticamente nada. Austero, sin pretensiones, protegido por la sombra leve de los abedules donde se puede tanto dormir una siesta como sacar la mesa para comer afuera, con espacio suficiente para hacer fuego, este jardín no pedía intervención sino más bien todo lo contrario.

«Me enfoque entonces en resolver el jardín delantero. Nadie iba allí. Nunca. Estaba desperdiciado. Tenía que seguir sirviendo como entrada de autos y estacionamiento, pero le faltaba un interés para que alguien quisiera usarlo. Pensé en mi hija chiquita, en la hija de mi hermano recién nacida y me las imaginé juntando flores. Sus cabezas apenas asomando entre las lavandas. La realidad es que diseñé ese jardín para ellas y para las que estaban por venir».

«Decidí traer el Chimehuín para adelante. Usar sus curvas para hacerles un recorrido. Busqué “Rio Chimehuín” en google maps y copié unos meandros que después apoyé sobre el plano. Encajaban perfecto (en la etapa de ejecución tuve que hacer una grilla con hilos en el suelo para poder replicar el dibujo del plano a la tierra. Los jardineros sureños me miraban como si fuera un marciano)».

«El plano de plantación fue menos ambicioso, elegí especies que se conseguían en los viveros cercanos. Había lavandas, hebes blancas, romeros, coirones, salvias comestibles, lupines, amancays y por supuesto cortaderas. Había dejado una de las parcelas solo con piedritas para ver que salía espontáneamente».

Salió de todo, en esa y en las demás parcelas. Al vivir lejos, mis padres, nunca pudieron conseguir a alguien que les cuide seriamente el jardín. Por un lado, es una lástima porque año a año se pierde el diseño inicial pero, por el otro lado, debo confesar que me intriga bastante su devenir espontáneo, lo que se trae la naturaleza entre manos», dice Anguita.

Otra paisajista amiga de Agustina dice que: «es lindo estar cerca de ella, que es sensible como una chiquita».

Seguramente ella también corra por el jardín y corte flores.

 

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El autor

Juan Miceli

Juan Miceli

Periodista.
Paisajista. Egresado de Pampa Infinita.
Técnico en Producción Agropecuaria.
Licenciado de Relaciones Internacionales.

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